domingo, 6 de febrero de 2011

Capítulo 1 (I)

"Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar nunca saber donde puedes terminar o empezar" Vetusta Morla


Grité mucho, como cada noche desde hacía diez años. Me desperté sudada, asustada y por encima de todas las cosas cansada. Intenté calmarme, pensar en lo que el médico me recomendaba «respira por la nariz y échalo por la boca» había dicho él, lo intentaba pero era incapaz. El sonido atronador de los disparos y bombas no se iba de mi cabeza, se repetían una y otra vez. Cerrar los ojos era aún peor porque instantáneamente me veía otra vez allí, rodeada de más gritos asustados, sirenas y terror. Miré el reloj, marcaba las siete de la mañana, daba igual de todas formas debía despertarme en media hora. Por suerte no había desvelado a toda la casa, habitualmente era mi madre quien venía a consolarme y hacerme recordar que ya no estábamos allí.

Me deshago de las sábanas y entro al cuarto de baño, enciendo los grifos y dejo que el agua corra un rato. Era agradable tener tu propio servicio y que nadie pudiese molestarte. Bueno, realmente lo compartía con mi hermano pero él no se despertaba hasta las ocho y media lo que siempre me daba un margen amplio para hacer lo que yo quisiese, aunque eso no significaba que en más de una ocasión no discutiéramos por ver quien lo usaba antes. Esto solía ocurrir en verano, pero Jaber por fin había asumido que él era pequeño y yo mayor así que tenía una clase de privilegios, entre ellos por supuesto, ocupar antes el baño y estar dentro de él tanto tiempo como yo quisiese. Parezco una tirana, lo sé, pero no creáis el tenía la mala (o buena si eres el pequeño) costumbre de sublevarse a porrazo limpio contra la puerta.
Jaber es así, sencillo pero efectivo. Le tengo mucha envidia pero eso es otra historia que guardaré para otro momento de tiranía. Salgo del baño tras una ducha y ya me encuentro a mi madre preparando la habitación.

—Mamá no es necesario —intento apartarla y hacer yo mi cama— creo que ya soy mayor, tengo veinte años.
—Diecinueve aún, y lo hago porque me gusta, la costumbre supongo.

La miro y sonrió, mi teoría sobre que siga haciendo mis tareas no tiene nada que ver con que la guste, más bien la cuesta aceptar que ya estoy haciéndome mayor, aunque yo también me niego a salirme del periodo adolescencia. No es que le tenga pánico a la etiqueta de «joven» pero aceptarlo es sentir más responsabilidades, y eso si que no me gusta. Puedo ser ordenada, estricta y perseverante, pero la palabra responsabilidad creo que tiene un sentido mucho más lejos de eso, así que prefiero no pensar en ella y seguir siendo adolescente.

No tardo ni veinte minutos cuando ya estoy desayunando. Veo las noticias entretenida, lo que me recuerda que aún no tengo demasiado claro sobre que quiero escribir en el último periódico del curso. Tal vez deba hacer una pequeña despedida, o mejor, una lista de propósitos para el próximo curso. ¿Muy personal? Dará igual, he estado todo el año con una columna de opinión así que tampoco se aleja mucho de los propósitos.

—Lamya se te está enfriando la leche.
—Buenos días papá —Siempre tiene tendencia a sacarme de mi mundo, y esta vez menos mal que lo ha hecho porque ya llego tarde—
—¿Quieres que te lleve a la facultad? Hoy tengo tiempo de sobra.
—Mejor mañana, ya he quedado con Silvia.
—Cariño, ¿no podías conocer otras personas? —esta vez me mira a los ojos. Sonrió y doy el último mordisco a la tostada— Esa chica no me gusta nada. Tiene algo que...
—Papá a ti no te gusta nadie que no sea musulmán.

Con esas palabras doy por zanjada la conversación y salgo rápido de casa, mi padre seguramente podría darme otros cien argumentos por los que Silvia no era la amiga adecuada, y yo podía dar otros cien ratificándolo, pero ella me entendía, y sobretodo, yo la quería por encima de cualquier cosa, fuera buena o mala influencia. Silvia es ese tipo de personas que odias o amas, pero nunca te deja indiferente. Con frecuencia los hijos la amaban y los padres la odiaban, y por supuesto mi padre era de los segundos.

Camino durante cinco minutos mientras busco en mi mochila las gafas. No veo tres en un burro sin ellas, lo sorprendente es que aún no me haya tropezado y con mi mal karma me haya roto un par de dientes, soy una exagerada pero así parece que vivo al límite. Me paro en la acera y empiezo a sacar cosas: cuadernos, apuntes, carpetas, el libro "Jane Eyre", que me encanta por cierto, es la tercera vez que me lo leo. Nada en este bolsillo no esta, y en el pequeño tampoco, ahí solo llevo el iPhone. Resignada asumo que me he dejado las gafas en casa, tendré que cruzar los dedos y desear que lleve las lentillas en el bolsillito de emergencia. Ahí suelo meter esas cosas que parecen innecesarias pero en caso de emergencia, como este, son muy útiles. ¡Bingo! Por lo menos veré, sin embargo no me gusta llevar lentillas, me parecen incomodas, cansan la vista y además me secan los ojos. Puedo sonar tiquismiquis pero me he acostumbrado a las gafas.
El sonido de un claxon me devuelve a la realidad, miro el coche y como esperaba es Silvia. Recojo mis cosas lo más rápido que puedo mientras ella tamborilea sus dedos en el volante.

—Las he visto más rápidas —Odio cuando me meten prisa— esto no pasaría si me dejases ir a buscarte a tu casa. Tu padre debería aceptar ya la situación... Han pasados cinco años.
—Lo intenta, pero tú precisamente tampoco haces nada por mejorar la situación. Por ejemplo, podrías ir tapada con una chaqueta cuando te vea él.

Subo al coche sin mirarla. Yo no critico como va vestida, ni intento cambiarla, pero es incapaz de comportarse sabiendo como piensa mi familia. Mamá ya tiene claro que no hay nada que hacer, pero mi padre... Él siempre tendrá la esperanza de que algún día todo se rompa. No es que quiera verme infeliz, para nada, pero aunque ahora estemos en España y llevemos ya bastantes años sus principios y reglas establecidas no han cambiado. Nunca lo harán, así que convivo con ellas hasta cierto punto.
Silvia sigue sin decir nada, seguramente se haya molestado. No la sienta bien que se metan con su forma de vestir, a nadie le gusta la verdad, pero ella se considera una it girl en su estilo, y razón no la falta. A mi me gusta mucho casi toda la ropa que tiene, pero mi padre es otra historia. Lo cierto es que tampoco es demasiado estricto viendo lo que hay en el mundo, no me obliga a llevar yihab (el pañuelo de la cabeza, como la mayor parte de las personas lo llaman aquí. A veces me planteo que tal se tomarían si yo dijese "esas dos maderas" refiriendome a un crucifijo) lo aunque en ocasiones yo decido ponermelo, pero eso es algo que ya contaré en otro momento. Ahora mejor hablar con la terca de mi amiga.

—¿Qué tal el sábado?
—Estupendo.
—Venga cuentame, se que te mueres por hacerlo —La sonrío intentando hacerla olvidar lo que dije antes. En menos de tres segundos comienza hablar— Así me gusta más, con detalles.
—Si bueno... Algún día tendrás que venir ¿no? Creo que no te veo de noche desde aquel cumpleaños en cuarto de la ESO. Lo peor es que era de noche porque si no recuerdo mal era invierno, y a las siete de la tarde el sol ya se había ido.

Callo ante el comentario e intento reír. Es gracioso, pero también se que va cargado de crítica. Silvia piensa que sólo mi padre interfiere en mi falta de libertad, como ella dice. Sigue sin comprender que yo no quiero esa libertad que ella tanto promueve para mi vida. Tal vez es cuestión de educación y en el fondo tenga razón, pero a mí un sábado no me apetece salir como a ella, sino que prefiero quedarme en casa con mi familia. Yo estoy segura que si insistiese mis padres me dejarían salir una noche, y cuando viesen que era responsable eso se convertiría en dos y tres hasta ser como Silvia quería, pero es que sinceramente a mi no me apetecía. Yo no era ese tipo de persona, y no criticaba a quien lo hacia, pero tampoco veía justo que la gente sin apenas conocerme pensase que estaba bajo un padre dictador, y se atreviese no solo a juzgarme a mi sino también a mi familia. Son esas valoraciones que tienden hacer las personas cuando saben que soy musulmana, en el fondo de sus miradas nunca falla un poco de pena. A cualquiera le molestaría, ¿a mí? Ya estoy acostumbrada.

Subo el volumen de la canción que suena, corazón de mimbre. Es de Marea, un grupo navarro. Raro que Silvia vaya escuchando eso, ella es más de Black Eyed Peas, Lady Gaga y música de discoteca. Empiezo a cantar intentando hacerla reír, lo que menos quiero es enfadarme con ella en época de exámenes

2 comentarios:

lorena dijo...

Me encanta (^) te sigo =)

celiacielo dijo...

me encanta, es increible =) yo tambiente sigo

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