lunes, 7 de febrero de 2011

Capítulo 1 (II)

—Tenemos que pasar antes por la facultad de medicina
—Esta bien, no tengo clase hasta las diez —Digo serenamente— y a ti se que te gusta perder horas, tranquila.
—¿Y por qué sales tan pronto de casa? No me digas que te apetecía madrugar, eres una marmota, y tampoco creo que sea por la compañía. Si fuese así vendrías conmigo a todas las fiestas que te he invitado —¡Comentario mordaz! Un poco más de Silvia. A veces las ganas de darla un bofetón y gritarla que crezca son difíciles de controlar—
—No sé ¿Quizá y sólo quizá vaya a la biblioteca por que tengo el primer examen en una semana? Te recuerdo que...
—Sí, lo sé me quieres. —Reí, y ella hizo lo mismo consiguiendo que su chicle de mascar fuese a parar en el suelo del coche. Silvia conducía un BMW x5, era blanco, precioso en definitiva. Se lo regalaron sus padres por su decimonoveno cumpleaños, creo que no la he visto saltar tanto de alegría como ese día: aún lo recuerdo.

Silvia me había llamado para confirmar que estaba invitada a la comida que su familia había organizado. Sus padres estaban separados hacía tres años, y apenas se soportaban, pero habían prometido que ese año lo celebrarían todos juntos. Según Silvia los problemas que ellos tenían ahora eran porque se querían demasiado y eran incapaces de estar separados. Sonará extraño, pero yo un poco también lo creía. Cuando anunciaron su divorcio todos supimos que se debía a que Santiago, el padre de Silvia, se pasaba la mayor parte del año viajando y no solía estar más de dos meses en casa. Así que la señora Cabrera decidió tomar cartas en el asunto y pedir el divorcio.
Mi madre me acercó hasta la casa de Silvia, vivía en una mansión gigantesca, o así me parecía a mí, a las afueras de la ciudad. Tenía tres pisos, buhardilla, piscina, varios garajes y muchas cosas más, entre ellas una casa de invitados enorme y terrenos con pista de baloncesto e incluso estanque. Era genial, yo siempre había pensado que mi casa era grande hasta que vi aquello.
Sonrío a los primos de Silvia, los conozco de otros cumpleaños aunque no suelen ser muy agradables con mi amiga, por eso no me detengo demasiado hasta que encuentro a la señora Cabrera.

—Hola Lamya, ¡Estas guapísima! —Su sonrisa me recuerda a Silvia, es amplia, blanca perfecta, aunque ella se parece más a su padre. Tiene ojos azules grandes y pelo rubio, ahora más oscuro por el tinte. Lo lleva muy corto, como la cantante Rihanna en el videoclip de Umbrella. A Silvia también le sienta genial, siempre ha sido una chica muy guapa. Es esbelta, no la falta un kilo, ni tampoco la sobra, digamos que lo tiene donde lo tiene que tener, y además me saca media cabeza, debe medir un metro ochenta por lo menos. Siento un poco de envidia.
—¿Está arriba?

Subo corriendo las escaleras cuando me dice que sí. Toco la puerta y oigo un leve pasa.

—¡Silvia estás hecha un pivón! —Grito abrazándola—
—No seas exagerada, ¿De verdad lo crees? —Este es el quiz de la cuestión. A veces las personas más perfectas a los ojos del mundo son las que más inseguridades tienen—
—Por supuesto, el gris es tu color y ese vestido es fantástico, y tú... ¡Que voy a decir de ti!
—Te quiero Lamya, ¡Ah! Que ya tengo diecinueve.

Con ese último grito salimos riendo. La comida transcurrió normal: primos, tíos y abuelos diciéndola lo preciosa que estaba y dándola sus regalos. La sorpresa fue que sus padres no discutieron en todo el día, y creo que ese fue el mejor regalo para ella. Pero por supuesto había una guinda del pastel, el coche de los sueños de Sil sería ya suyo, y ahí ante ella destaparon el BMW. Enloqueció, incluso lloró, y me obligo a llamar a mis padres y decirles que no me pasasen a buscar, que Silvia me acercaría.


—Bueno, aún no me has dicho a que se debe tantas ganas por ir a la facultad de medicina —Digo enarcando las cejas. Silvia no es muy amiga de la Universidad, se pasa lo necesario para recoger apuntes y cotillear en la cafetería—
—Antes no te dije que conocí a un chico, y bueno ya sabes. Me lo pase bien con él y quiero volver a verlo.

Otra cosa que odio de Silvia (debería hacer una lista, a mi padre le hará feliz) hablar tan abiertamente del sexo, y lo que ella hace o deja de hacer. Ya se que por norma general eso hacen las amigas, pero yo no puedo ser así, y en vez de callarse hasta que Alejandra este con nosotras y ella la comprenda me lo cuenta a mi, como si supiese que decir. Alex es la otra pata del banco. Ella es más joven que nosotros, esta en su último año de instituto, y la conocimos una tarde en la heladería Clarem. Sus amigas, o lo que aquellas chicas fuesen porque amigas no parecía, empezaron a gritarla allí en medio muchas barbaridades y acabamos por acércanos por solidaridad. De eso ya ha pasado un tiempo, y ahora Alejandra es feliz con nosotras. A diferencia de Silvia ella es más considerada conmigo, es un poco extraña, yo suelo decirla que es un ser excesivamente empático, y prometo que es así. Sin conocerte de nada es capaz de saber que te ocurre solo conversando cinco minutos. Tiene una mirada muy dulce, sus ojos chocolate te inundan y empalagan sin darte cuenta. Ella se ríe cuando lo digo, y me recuerda que mi mirada es mucho más felina (¡Tengo ojos verdes de gato!) yo siempre me lo tomo como un chiste fácil, los felinos son sensuales e independientes, es decir todo lo contrario a mí, sin embargo últimamente me he fijado que lo dice más en serio. Ella y sus historias, ya digo que es diferente, pero me gusta. Sí, sin ninguna duda. Es el equilibrio entre Silvia y yo. Alex defiende que ambas somos unas exageradas, y que como esta ella aún exageramos más. ¡Es que Silvia es una melodramática! Ante eso solo puedo ponerme más histérica que ella.

Ya estamos casi en medicina, y he notado como Silvia se tensaba un poco en su asiento, no evito sonreír. Si ella supiese del poder físico que tiene no se pasaría el día dudando de si misma, porque su belleza estaba respaldada por un don de gentes increíble.
Detiene el coche y comienza a mirar hacia todos los sitios. Señala y miro en la dirección. Son un grupo de chicos, deben tener unos veinticinco años, y desde lejos todos parecen guapos, Silvia mal gusto no tienes, pienso en silencio.

—Venga, acércate ¿A qué esperas? —La pregunto un poco irritada, en veinte minutos tengo mi primera clase—
—Bueno, pensé que me ibas acompañar...
—¡Pero qué dices loca! ¿Puedes decirme que hago yo ahí?

Abre la boca para contestarme, pero la paro con la mano y hago ademán de que camine. No voy a entrar en una disputa que sé que perderé de antemano, discutir con ella es como hacerlo con una pared: siempre tiene argumentos.
La sigo un poco por detrás mirando fijamente al suelo. A su lado parezco una niña de quince años. Ella va maquillada, con un vestido de flores, chaqueta vaquera y sandalias romanas. Yo con unos shorts, old skools y una camiseta de los Who. Algo fallaba, y siempre tenía la estridente idea de que era yo. Sin embargo hoy había tenido la suerte de haberme olvidado las gafas, sino hubiera sido peor.

—¡Hola Silvia! ¿Qué haces por aquí?
—Hola, bueno venia a ver si te veía —Por lo menos no le ha mentido, claro que tampoco se iba a creer otra cosa— Eh... Ella es Lamya.

Por primera vez levanto la cabeza, y veo a seis chicos sonriéndome. El tal Guillermo esta diciendo sus nombres, pero yo me he bloqueado. ¡Ese chico! Es... Indescriptible. Tan moreno, tan guapo, tan alto, tan atractivo... ¡Tan NO!

—Silvia, perdona. Te espero en el coche, aquí dejan entrar a cualquiera. No tardes, tengo clase.

No espero a que me responda cuando ya estoy dándome la vuelta. No me creo que haya dicho eso, ¡soy una genia! y una mal educada ¿pero qué mas da? Por una vez no pasará nada. Conecto el iPod no quiero pensar. No puedo pensar, siento como me tiemblan las piernas y los ojos que tengo clavados en la espalda. Los míos seguro que se ven vidriosos, no ha sido buena idea decir eso, ya no me parezco tan genia, sino todo lo contrario.
Intento dejarme llevar por la voz de Chris Martin, le sigo en voz baja «lights will guide you home, and ignite your bones, and I will try to fix you» me encanta esta canción, fue la primera que oí de Coldplay. Nada, he sido una estúpida. Vuelvo a mirarlos y el... Bueno, el chico tan aparentemente perfecto esta mirándome. Demasiado fijamente, me esta poniendo nerviosa, las piernas me tiemblan de nuevo, y me noto al borde del llanto. Esta serio, como si supiera que lo he dicho por él. Mierda, seguro que lo sabe, pero eso tal vez le haga entenderme. Seguro que si él se hubiese dado cuenta primero también habría dicho algo.
Por fin Silvia se acerca y me hace meterme en el coche.

—¿Que coño ha pasado ahí afuera? —Esta susurrando, pensé que me iba a gritar. Al final va a ser mas consciente de lo que yo pensaba— Y no me digas que nada.
—Él, bueno... Llevaba un colgante de la estrella de David —Sil me mira como si no entiende nada. Tampoco creo yo que sea tan difícil— y sus rasgos son ya sabes...
—Nunca has tenido problema con otras religiones, Lior es...

Se queda callada, con una mano en su boca. Sí, la ha costado pero se ha dado cuenta de que es judío. Además apostaría un brazo y parte del otro de que si no era él, sus padres habían sido los últimos en vivir en Israel. El premio a la chica más rápida es para...
Arranca y no hablamos en todo el viaje. Nos despedimos con un escueto adiós y vuelve alejarse.


Esa noche me acuesto pensando en Silvia y su reacción. No la he entendido demasiado bien, y pese haberla visto conectada en el Messenger y otras redes sociales he preferido no hablarla. También me he fijado que ha aceptado a Guillermo (y creo que los otros chicos eran sus amigos) en el Tuenti. Lior no aparece en la lista de amigos, ¿lo habrá hecho por mí? No quería provocar eso, que yo tenga ese pequeño gran problema el cual no me apetece pensar, no significa que ella tenga que evitar la relación.
Inevitablemente me quedo recordando a Lior. Era muy atractivo, tenía barba de un par de días y era moreno, quiero dormir y dejar de pensar en él, pero sus ojos... ¡Dormir!

Sin excepción, me despierto a mitad de la noche gritando, sudada y con la necesidad de llorar sobre el regazo de mi madre.

domingo, 6 de febrero de 2011

Capítulo 1 (I)

"Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar nunca saber donde puedes terminar o empezar" Vetusta Morla


Grité mucho, como cada noche desde hacía diez años. Me desperté sudada, asustada y por encima de todas las cosas cansada. Intenté calmarme, pensar en lo que el médico me recomendaba «respira por la nariz y échalo por la boca» había dicho él, lo intentaba pero era incapaz. El sonido atronador de los disparos y bombas no se iba de mi cabeza, se repetían una y otra vez. Cerrar los ojos era aún peor porque instantáneamente me veía otra vez allí, rodeada de más gritos asustados, sirenas y terror. Miré el reloj, marcaba las siete de la mañana, daba igual de todas formas debía despertarme en media hora. Por suerte no había desvelado a toda la casa, habitualmente era mi madre quien venía a consolarme y hacerme recordar que ya no estábamos allí.

Me deshago de las sábanas y entro al cuarto de baño, enciendo los grifos y dejo que el agua corra un rato. Era agradable tener tu propio servicio y que nadie pudiese molestarte. Bueno, realmente lo compartía con mi hermano pero él no se despertaba hasta las ocho y media lo que siempre me daba un margen amplio para hacer lo que yo quisiese, aunque eso no significaba que en más de una ocasión no discutiéramos por ver quien lo usaba antes. Esto solía ocurrir en verano, pero Jaber por fin había asumido que él era pequeño y yo mayor así que tenía una clase de privilegios, entre ellos por supuesto, ocupar antes el baño y estar dentro de él tanto tiempo como yo quisiese. Parezco una tirana, lo sé, pero no creáis el tenía la mala (o buena si eres el pequeño) costumbre de sublevarse a porrazo limpio contra la puerta.
Jaber es así, sencillo pero efectivo. Le tengo mucha envidia pero eso es otra historia que guardaré para otro momento de tiranía. Salgo del baño tras una ducha y ya me encuentro a mi madre preparando la habitación.

—Mamá no es necesario —intento apartarla y hacer yo mi cama— creo que ya soy mayor, tengo veinte años.
—Diecinueve aún, y lo hago porque me gusta, la costumbre supongo.

La miro y sonrió, mi teoría sobre que siga haciendo mis tareas no tiene nada que ver con que la guste, más bien la cuesta aceptar que ya estoy haciéndome mayor, aunque yo también me niego a salirme del periodo adolescencia. No es que le tenga pánico a la etiqueta de «joven» pero aceptarlo es sentir más responsabilidades, y eso si que no me gusta. Puedo ser ordenada, estricta y perseverante, pero la palabra responsabilidad creo que tiene un sentido mucho más lejos de eso, así que prefiero no pensar en ella y seguir siendo adolescente.

No tardo ni veinte minutos cuando ya estoy desayunando. Veo las noticias entretenida, lo que me recuerda que aún no tengo demasiado claro sobre que quiero escribir en el último periódico del curso. Tal vez deba hacer una pequeña despedida, o mejor, una lista de propósitos para el próximo curso. ¿Muy personal? Dará igual, he estado todo el año con una columna de opinión así que tampoco se aleja mucho de los propósitos.

—Lamya se te está enfriando la leche.
—Buenos días papá —Siempre tiene tendencia a sacarme de mi mundo, y esta vez menos mal que lo ha hecho porque ya llego tarde—
—¿Quieres que te lleve a la facultad? Hoy tengo tiempo de sobra.
—Mejor mañana, ya he quedado con Silvia.
—Cariño, ¿no podías conocer otras personas? —esta vez me mira a los ojos. Sonrió y doy el último mordisco a la tostada— Esa chica no me gusta nada. Tiene algo que...
—Papá a ti no te gusta nadie que no sea musulmán.

Con esas palabras doy por zanjada la conversación y salgo rápido de casa, mi padre seguramente podría darme otros cien argumentos por los que Silvia no era la amiga adecuada, y yo podía dar otros cien ratificándolo, pero ella me entendía, y sobretodo, yo la quería por encima de cualquier cosa, fuera buena o mala influencia. Silvia es ese tipo de personas que odias o amas, pero nunca te deja indiferente. Con frecuencia los hijos la amaban y los padres la odiaban, y por supuesto mi padre era de los segundos.

Camino durante cinco minutos mientras busco en mi mochila las gafas. No veo tres en un burro sin ellas, lo sorprendente es que aún no me haya tropezado y con mi mal karma me haya roto un par de dientes, soy una exagerada pero así parece que vivo al límite. Me paro en la acera y empiezo a sacar cosas: cuadernos, apuntes, carpetas, el libro "Jane Eyre", que me encanta por cierto, es la tercera vez que me lo leo. Nada en este bolsillo no esta, y en el pequeño tampoco, ahí solo llevo el iPhone. Resignada asumo que me he dejado las gafas en casa, tendré que cruzar los dedos y desear que lleve las lentillas en el bolsillito de emergencia. Ahí suelo meter esas cosas que parecen innecesarias pero en caso de emergencia, como este, son muy útiles. ¡Bingo! Por lo menos veré, sin embargo no me gusta llevar lentillas, me parecen incomodas, cansan la vista y además me secan los ojos. Puedo sonar tiquismiquis pero me he acostumbrado a las gafas.
El sonido de un claxon me devuelve a la realidad, miro el coche y como esperaba es Silvia. Recojo mis cosas lo más rápido que puedo mientras ella tamborilea sus dedos en el volante.

—Las he visto más rápidas —Odio cuando me meten prisa— esto no pasaría si me dejases ir a buscarte a tu casa. Tu padre debería aceptar ya la situación... Han pasados cinco años.
—Lo intenta, pero tú precisamente tampoco haces nada por mejorar la situación. Por ejemplo, podrías ir tapada con una chaqueta cuando te vea él.

Subo al coche sin mirarla. Yo no critico como va vestida, ni intento cambiarla, pero es incapaz de comportarse sabiendo como piensa mi familia. Mamá ya tiene claro que no hay nada que hacer, pero mi padre... Él siempre tendrá la esperanza de que algún día todo se rompa. No es que quiera verme infeliz, para nada, pero aunque ahora estemos en España y llevemos ya bastantes años sus principios y reglas establecidas no han cambiado. Nunca lo harán, así que convivo con ellas hasta cierto punto.
Silvia sigue sin decir nada, seguramente se haya molestado. No la sienta bien que se metan con su forma de vestir, a nadie le gusta la verdad, pero ella se considera una it girl en su estilo, y razón no la falta. A mi me gusta mucho casi toda la ropa que tiene, pero mi padre es otra historia. Lo cierto es que tampoco es demasiado estricto viendo lo que hay en el mundo, no me obliga a llevar yihab (el pañuelo de la cabeza, como la mayor parte de las personas lo llaman aquí. A veces me planteo que tal se tomarían si yo dijese "esas dos maderas" refiriendome a un crucifijo) lo aunque en ocasiones yo decido ponermelo, pero eso es algo que ya contaré en otro momento. Ahora mejor hablar con la terca de mi amiga.

—¿Qué tal el sábado?
—Estupendo.
—Venga cuentame, se que te mueres por hacerlo —La sonrío intentando hacerla olvidar lo que dije antes. En menos de tres segundos comienza hablar— Así me gusta más, con detalles.
—Si bueno... Algún día tendrás que venir ¿no? Creo que no te veo de noche desde aquel cumpleaños en cuarto de la ESO. Lo peor es que era de noche porque si no recuerdo mal era invierno, y a las siete de la tarde el sol ya se había ido.

Callo ante el comentario e intento reír. Es gracioso, pero también se que va cargado de crítica. Silvia piensa que sólo mi padre interfiere en mi falta de libertad, como ella dice. Sigue sin comprender que yo no quiero esa libertad que ella tanto promueve para mi vida. Tal vez es cuestión de educación y en el fondo tenga razón, pero a mí un sábado no me apetece salir como a ella, sino que prefiero quedarme en casa con mi familia. Yo estoy segura que si insistiese mis padres me dejarían salir una noche, y cuando viesen que era responsable eso se convertiría en dos y tres hasta ser como Silvia quería, pero es que sinceramente a mi no me apetecía. Yo no era ese tipo de persona, y no criticaba a quien lo hacia, pero tampoco veía justo que la gente sin apenas conocerme pensase que estaba bajo un padre dictador, y se atreviese no solo a juzgarme a mi sino también a mi familia. Son esas valoraciones que tienden hacer las personas cuando saben que soy musulmana, en el fondo de sus miradas nunca falla un poco de pena. A cualquiera le molestaría, ¿a mí? Ya estoy acostumbrada.

Subo el volumen de la canción que suena, corazón de mimbre. Es de Marea, un grupo navarro. Raro que Silvia vaya escuchando eso, ella es más de Black Eyed Peas, Lady Gaga y música de discoteca. Empiezo a cantar intentando hacerla reír, lo que menos quiero es enfadarme con ella en época de exámenes

Invitación

El tiempo se extenderá en el espacio, y aún así su sonrisa seguirá eterna en mi memoria. Fue la luz de mi oscuridad, yo la oscuridad de su luz, y siempre supimos que el destino no estaba de nuestra parte.

La luz y la oscuridad se temen, respetan, y rozan. Dónde empieza una acaba la otra, y nosotros intentamos fundirlo.
No espero que me entiendas, no todavía, sólo puedo recordarte que entre la noche y el día existe un momento de unión, y yo lo enfrasqué para él.

Lamya.